viernes, 2 de abril de 2010

MIEDO A NO SENTIR MIEDO

Lo mejor de no tener miedo a nada es el miedo que transmites a lo demás.

Yo lo descubrí en mitad de una carretera que cruza el desierto. Allí, rodeado por "ratas de arena" y mi incapacidad por sentir miedo como única arma, me di cuenta de lo bajo que había caído.

Me había convertido en un ser mucho peor que la decena de harapientos y mellados piratas que intentaban acabar con mi vida para robarme la vieja moto que tenía entre las piernas. Ellos asaltaban a los idiotas que se perdían en aquel castigado rincón y que tomaban la carretera 79 con la ingenua esperanza de cruzar la planicie de manera más rápida, evitando a los "nuevos gobernantes". Pero robaban y mataban para subsistir y poder dar de comer a los esqueléticos fantasmas que, pese a todo, seguían llamando hijos.

Mi caso era más repugnante. Pretendía atravesar el rencoroso desierto sin ningún motivo, no quería salvar a nadie, ni tan siquiera a mí mismo. Mi familia se había dejado matar unas semanas antes cuando tuvieron que elegir entre luchar, esperar un acto de misericordia o huir. Mis suegros convencieron a mi mujer para que se quedara con ellos, estaban seguros que era lo mejor para la criatura que llevaba en su vientre. Yo, en cambio, muerto de miedo, me largué cuando las primeras balas cayeron en Chesterton.

La excusa era que un grupo de ciudadanos debía ir a la capital a buscar refuerzos y evitar que los “nuevos gobernantes” siguieran matando a los del condado. Pero ahora me doy cuenta de que las docenas de motoristas que partimos con destino a la gran ciudad, queríamos salvar nuestro culo, lo de conseguir refuerzos era secundario, era la razón que inventó el subconsciente. El cobarde subconsciente. Todos sabíamos que "la caballería" no salva a los olvidados. Seguro que mis suegros no me lo han perdonado todavía, debía haber muerto a su lado. Pero nunca me gustó la carrera de mártir.

Días después de la matanza en el pueblo, unos caminantes me confirmaron el rumor. Todas las familias blancas de Chesterton habían sido exterminadas. El único consuelo que tuve fue que a mi pequeño Oliver le faltaba una semana para ser expulsado del cuerpo de su madre. Al menos no tuvo que ver la barbarie y el horror, ni escuchar los gritos y llantos de los ejecutados. Ese, al menos, es mi consuelo.

Desde que recibí la noticia de la matanza el terror que se pegaba a mi sombra como un chicle en los zapatos, se fue. Perdí todo motivo para sentir miedo. ¿Para qué? No me quedaba nada por lo que temer. No tenía familia, casa, dinero, tierras, vida... y la moto sólo me ayudaba a dejarme morir en un lugar lo más lejos posible, para dejar de escuchar los rumores de mi vida anterior. Y lo más lejano que conocía estaba al otro lado del desierto.




Esa es mi arma. Descubrí en los ojos de aquellos miserables que me encañonaban el miedo que veía antes en los espejos, sabía que todavía tenían familias que proteger, sabía que la supuesta violencia y agallas que vestían era un necesario disfraz para interpretar un papel que ningún hombre debería asumir nunca. No dudé.

- Soy el correo de los "blancos" del oeste. Saben que salí hace una semana de la gran capital. Si no llego pasado mañana no tardaran en buscarme para rescatar las comunicaciones. ¿Seguro que queréis que vengan al desierto a por mí? ¿Tan bueno es vuestro escondite? A mí me la suda morir en este puto desierto, ¿y a vosotros?

Sus ojos abandonaron el forzado pulso de violencia y se abrieron como un caparazón.
Se miraron y finalmente posaron su atención sobre el más enano de todos esperando una respuesta. El enano aceptó el botellín de agua que llevaba en las alforjas y un poco de tabaco que les ofrecí. Escupió a mis pies y bajó la escopeta. Los otros no tardaron en imitarle. Y yo sentí pena por ellos. Pena y asco. Definitivamente un nuevo puñado de cobardes se dejaba matar antes de hacer lo que se tenía que hacer para intentar sobrevivir. La excusa era el miedo. El maldito miedo.

Después de aquel episodio mi única duda ante el peligro es saber si detrás de él hay gasolina o algo para comer y beber. El resto es la nada. Mi miedo es no sentir miedo por nada. Esa es mi penitencia.

3 comentarios:

  1. Interesante relato, compañero. Cada vez te acercas más al terreno de lo fantástico. Llegará el momento en el que no habrá vuelta atrás... Los tentáculos de la literatura fantástica te habrán atrapado y no podrás desembarazarte de ellos nunca (o en el mejor de los casos, en el amanecer...)

    Sigo esperando el western. O, quizás, "La daga, el unicornio y la estulticia".

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  2. Parece que los tentáculos del género se han apoderado de ti la madrugada de un sábado. Lo he disfrutado mucho. Estás en la delgada línea del entre lo pedante y lo friki. Sigue caminando por ahí!

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